TEA: trastorno del espectro autista
- Patricia Nafría
- 12 mar 2018
- 2 Min. de lectura

Si hacemos referencia a una alteración del desarrollo caracterizada por dificultades en la interacción social y en la comunicación, presentando patrones de conducta repetitivos y estereotipados y manifestando intereses muy específicos por ciertas actividades y temáticas (matemáticas o astrología por ejemplo) hacemos referencia a un trastorno del espectro autista (TEA).
Se habla de espectro porque se puede establecer diferencias de grado, desde un autismo más leve, que sería conocido como síndrome de Asperger, hasta un autismo grave o severo.
Entre los indicadores que pueden hacernos sospechar que se trata de un TEA encontramos:
- escaso o nulo interés por el contacto ocular
- ausencia de respuesta de orientación cuando se nombra al niño (girar la cabeza hacia la voz que dice su nombre)
- ausencia de la conducta de señalar y ausencia de la conducta de mostrar objetos
- indiferencia por los padres
- el niño o la niña no interviene en juegos de interacción social
- no responde ni anticipa, no balbucea o emite rudimentarios signos de comunicación oral
- no imita sonidos, gestos ni expresiones
- muestra escaso interés por el juego o por los juguetes
-muestra fascinación por sus propias manos o pies
- huele o chupa los objetos más de la cuenta, etc.
A estos signos, le acompañan una serie de dificultades como los problemas de alimentación, las alteraciones del sueño o las limitaciones para la autonomía personal.
En la intervención no sólo nos centramos en el niño, sino que también hay que incluir a la familia y al entorno puesto que lo que se busca, en todo momento, es favorecer la adaptación del niño. Hay que tener en cuenta que todos los ámbitos (familia, colegio, comunidad, terapeutas, etc) van a trabajar para ayudar a que el niño o la niña se convierta en una persona autónoma, en la medida de lo posible.
La evaluación debe realizarse de forma cuidadosa e individual para valorar las capacidades, las dificultades y todas las áreas de desarrollo del menor, y es un proceso exhaustivo que requiere tiempo. Por ello, se recomienda iniciar la intervención tanto con la familia como con el niño, lo antes posible, incluso antes de tener un diagnóstico definitivo.
Recibir el diagnóstico supone "un jarro de agua fría" porque implica asimilar una realidad nueva y compleja, aunque por otro lado también ofrece respuesta a unos padres que probablemente estuvieran desorientados y preocupados. Para empezar, las expectativas que se habían creado en relación al hecho de tener un hijo se rompen y, para entender la situación, necesitan información porque se hacen infinidad de preguntas. La nueva realidad resulta difícil de entender pero tienen que adaptarse, aceptarla y aprender a superar las dificultades con las que tendrán que convivir a través de adquirir conocimientos y estrategias. La familia es una aliada en la intervención pero ellos también necesitan ser escuchados y orientados.
Bibliografia:
M.G. Millá; F. Mulas. Atención temprana y programas de intervención específica en el trastornos del espectro autista. Rev. Neurol. 2009; 48 (Supl 2): S47-S52
תגובות